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Por Alma Rodríguez.

 

Desde la antigüedad clásica hasta nuestros días, un sinnúmero de pensadores y especialistas hicieron variados intentos por comprender el discurso político. Una explicación a este fenómeno reside en que el discurso político suele ser un lugar donde se ponen en juego dimensiones constitutivas del sistema de representación, del poder, de los liderazgos y de cada uno de los sujetos de una sociedad.

Por medio de un discurso sabemos de las promesas de campañas, de las cadenas nacionales, de las acciones de gobierno, de lo que se hizo y de lo que se hará. De hecho, si hablamos de retórica discursiva una de las cosas que más envidian los antiperonistas de muchos de los cuadros políticos del peronismo es la capacidad oratoria y la solvencia en los argumentos que caracterizaron a los líderes del movimiento. Y una de las cosas que más les ponían los pelos de punta a la piel del gorilaje eran las cadenas nacionales de Cristina.

A viva luz, no eran las palabras o la capacidad oratoria de la actual vicepresidenta sino el contenido, los efectos de esas palabras y, sobre todo, a quién o quiénes iban y van dirigidos esos discursos ya sea interlocutores directos o indirectos, previstos o no. El discurso de Cristina, de hecho, marcó un quiebre en la forma de “decir” en la política y la voz de la ex presidenta fue una de las más escuchadas a nivel continental y mundial ya sea por admiración o por rechazo.

Por el contrario, Maurici Macri representa el clarísimo caso de disociación entre palabra y acto, puesto que nada de lo prometido y anunciado a lo largo de sus actos de campaña fue cumplido y, como bien sabemos, su discurso constituyó la gran trampa para muchos ilusos que no tuvieron a su alcance más que la capacidad de la interpretación literal y ninguna herramienta histórica para poder analizar a la luz del pasado lo que luego vendría.

Como bien se sabe, dentro del campo de la política cada uno, una o une va construyendo ese discurso según mayor o menos capacidad de captación (“captatio” le llamaban los griegos) es decir, aceptación o adhesión que vaya generando. En este sentido, Alberto deberá ser recordado por éste y por varios motivos. En primer lugar, porque todo lo que formó parte de su discurso de campaña se viene cumpliendo a rajatabla. Y no sólo porque hubo un pacto social con el pueblo, que, en principio se está llevando a cabo de manera ejemplar, sino que la gravedad de la situación lo ha puesto en el lugar de tener que poner en actos, de una manera repentina y obligada, el contenido de sus palabras.

Concretamente y resumido en hechos: hay un Ministerio de Salud y no sólo eso sino que hay un ministerio de salud que está actuando en consecuencia con las políticas que requieren un Estado presente y hay un sinnúmero de científicos trabajando a contra reloj para reconstruir un sistema de ciencia que estaba hecho pedazos.

Por estos días en que vimos de qué manera algunos países nos vendían como única salida el primermundismo, el actual gobierno apostó nuevamente, y como buen gobierno de base peronista, a la necesidad de un Estado presente y a la política como herramienta de transformación.

Si entendemos, entonces, la política como el arte de poner en acto en pos del beneficio colectivo, Alberto Fernández está demostrando estar a la altura de las circunstancias a partir de medidas macro y micro que funcionan como una clara muestra de que es posible concebir la política como la única y mejor herramienta de Estado en pos del bienestar social.

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