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En función de los paradigmas de acumulación adoptados por los gobiernos, siempre habrá ganadores y perdedores.
A la vista está que las políticas adoptadas desde el 10 de diciembre pasado cuentan entre los últimos a los trabajadores y las pequeñas y medianas empresas, que justamente son generadoras de más del 70% del empleo del país.


Así la pérdida de poder adquisitivo, provocada por la violenta devaluación, la quita y reducción de retenciones al agro con impacto directo en los precios del mercado interno y los tarifazos, ha generado una pronunciada depresión del mercado interno impactando de lleno en las pymes, acuciadas por la caída de las ventas, el aumento de las tarifas, la apertura de las importaciones y el encarecimiento del crédito.
La confirmación de lo expuesto se traduce en el crecimiento de pobres, que según la Universidad Católica Argentina creció en 1.400.000 desde fines del año pasado hasta abril del presente, llegando casi al 35 % de la población total y sin considerar el impacto del aumento de los servicios públicos. El mismo Instituto de Estadísticas de CABA informa que la canasta básica total, que mide los ingresos de una familia tipo para no ser pobre, al mes de junio creció un 2,1 %, dejando a más argentinos debajo de la línea divisoria.
Consecuentemente lejos de encaminarnos a la tan mentada pobreza 0, vamos hacia la pobreza 50. No ya como expresión de una sociedad más justa y equitativa donde el trabajo participe de la mitad de la riqueza generada, sino de una sociedad en la que la mitad sean pobres.
Otro factor elocuente es el crecimiento exponencial de la desocupación que trepó al 9,3 % en el 2º trimestre según el remozado INDEC y que comparado con igual período del año anterior representa un 41 % de aumento. Esto es cientos de miles de nuevos argentinos que buscan trabajo y no lo encuentran. Por cierto engrosan el "ejército de desocupados" que oficia de disciplinador de aquellos que sí tienen trabajo y que es usado para presionar por menores salarios, menos horas extras y legislación laboral menos proclive al trabajador, con el objetivo de lograr costos laborales totales a la baja para mejorar la tasa de ganancia del capital y procurar atraer la tan ansiada lluvia de inversiones. Seguramente, respondiendo a la lógica neoliberal imperante, las tasas de dos dígitos de desempleo ayudarán también a bajar la inflación, vía el no consumo, al no tener una demanda que presione sobre los precios, porque de hecho no tienen la posibilidad de consumir.
Por último y si de ganadores hablamos, el sistema financiero obtuvo ganancias del 105 % al mes de junio interanual, según el propio BCRA, que supera ampliamente cualquier cálculo inflacionario, con o sin apagón estadístico. De hecho la devaluación, que pulverizó la capacidad de compra de los sectores de ingresos fijos, generó un 316 % de utilidad para los bancos, siendo las operaciones con títulos responsables de un 75,6 % para el sector, demostrando que la bicicleta financiera le ganó a la economía real.
En síntesis, estamos ante una transferencia regresiva de ingresos y riqueza, desde los que menos tienen hacia los sectores más concentrados y pudientes de la sociedad. Una lógica de "Hood Robin" que pauperiza a trabajadores, mipymes, cooperativas, empresas recuperadas y entidades de la economía social, en la que el empleo y la industria nacional están en jaque.