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Por Maximiliano Borches.
 

 

Luego del golpe de Estado político-mediático-judicial en Brasil, que derrocó a la presidenta electa por el voto popular Dilma Rousseff, y colocó a un representante de las minorías ricas carioca: Michel Temer, las élites económicas consolidaron su poder. Hoy, ese mismo sector dio otro paso más en su accionar hegemónico, al condicionar el futuro político brasilero con la decisión adoptada de manera unánime por los tres jueces que integran el Tribunal Federal 4 de Porto Alegre, de condenar al ex presidente Inacio Lula Da Silva por supuestos casos de corrupción, y no permitirle que se presente como candidato presidencial para las elecciones de octubre próximo. Al igual que otros referentes populares de Sudamérica, Lula también es perseguido por una justicia politizada y al servicio de los intereses de las oligarquías vernáculas. La consolidación de la neo-derecha ante la mirada agónica de los sectores del campo nacional y popular en nuestra región, y el desafío de resignificarse como alternativa de poder. Desde el PT reafirmaron que su candidato sigue siendo Inacio Lula Da Silva.

Si bien resulta inexacto colocar una fecha, podríamos decir que a partir del año 2012 la neo-derecha sudamericana comenzó a dar sólidos pasos en su articulación de poder político-mediático-económico, mientras los sectores representativos del campo nacional y popular de nuestra región -que por entonces gobernaban- cometían el pecado mortal de Cómodo, el hijo del emperador romano Marco Aurelio, que subestimó a sus enemigos, y luego de convertirse él en emperador, en un momento de su reinado se creyó eterno.

En este sentido, desde las llegadas al gobierno (ya que el poder siempre lo ostentaron), tanto de Michel Temer en Brasil, como del empresario y ex jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, en Argentina, éstos no hicieron más que construir poder y convertirse en sólidas murallas políticas. En parte, por el poder de fuego económico al que pertenecen y representan, y al que incluyen en la articulación de su armado político con otros dos factores de poder: el mediático y el judicial.

Y en parte, también, por la debilidad y fragmentación de los sectores que se arrogaron la representación de las mayorías populares, pero que en la práctica, sea por soberbia política, por demasiado exceso de un progresismo voluntarista que los alejó de las necesidades reales de sus bases y derivó su potencial de desarrollo en causas menores y alejadas del sentir mayoritario-popular; como también y básicamente, por la ineficacia demostrada al momento de construir política (entendida ésta, como la herramienta de consolidación de un desarrollo estratégico del proyecto de poder, tal como lo concibió teóricamente Juan Domingo Perón), la neo-derecha se consolidó ante la mirada agónica de las distintas expresiones del campo nacional y popular, que eran diezmadas mientras repetían consignas y cánticos que pocos, ya, escuchaban.

En este escenario, la decisión adoptada por los jueces brasileros Víctor Laus, Joao Pedro Grebran y Leando Paulsen, de extender la condena a 12 años contra el ex jefe de Estado Inacio Lula Da Silva, por supuestos casos de corrupción, pero fundamentalmente de no permitirle presentarse como candidato a presidente por el Partido de los Trabajadores (PT) en las elecciones del próximo mes de octubre, no sorprende, pero sí consolida la impunidad de una justicia politizada al servicio de los sectores más poderosos de nuestra región, que no dudan en destruir todo vestigio de una alternativa de gobierno que provenga del campo popular, en tanto y en cuanto, el poder político-económico al que responden, no comience a naufragar.

A partir de ahora, Lula cuenta con dos instancias de apelación ante el Supremo Tribunal de Justicia y el Supremo Tribunal Federal de Brasil, con lo cual no corre riesgo su libertad, aunque es casi un hecho que su candidatura a presidente será vedada debido a lo que en Brasil se conoce como ley de “ficha blanca”, que inhabilita a quien cuente con una condena ratificada en segunda instancia, tal como le sucedió a la figura más popular del gigante sudamericano, que encabeza en todas las encuestas las intenciones de voto con un promedio del 35%.

Todo un final abierto en el devenir político brasilero. Las grandes movilizaciones y el apoyo popular masivo, son las únicas herramientas que podrían dar vuelta esta taba, que por ahora, la manejan los patrones de estancias, tanto en Brasil, como en nuestro país.

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