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Por Alma Rodríguez. Docente de la UBA. Miembro del colectivo LIJ.

 

El pueblo que no quería ser gris, de Ayax Barnes y Beatriz Doumerc,  es un cuento, hecho libro, destinado para chicos y constituye una obra emblemática dentro de la literatura infantil, puesto que fue uno de los libros censurados durante la última dictadura cívico- militar argentina. Publicado por la editorial Rompan filas durante el año 1975, este cuento que es muy breve y de lectura muy rápida, constituye una alegoría tan tremendamente actual como perturbadora y siniestra a  la luz de lo ocurrido durante la semana pasada con el anuncio de la decisión del gobierno de sacar a los militares a la calle y a los efectos de los días que nos tocan vivir.

El cuento comienza diciendo: “Había una vez un rey grande, en un país chiquito. En el país chiquito vivían hombres, mujeres y niños. Pero el rey nunca hablaba con ellos, solamente les ordenaba. Y como no hablaba con ellos, no sabía lo que querían; y si por casualidad lo sabía, no le interesaba”.  El rey ordenaba esto, ordenaba aquello y lo de más allá y tantas órdenes dio que un día, al ver que no tenía más cosas que ordenar, se encerró en su castillo a pensar qué orden podría dar y así decidió: “Ordenaré que todos pinten su casa de gris”.  Y así lo hicieron todos menos uno, que decidió no obedecer y pintó su casa de colores.  Al ver esto, el rey exigió a sus guardias que este ciudadano sea inmediatamente arrestado.  Mientras los guardias se dirigían hacia la ejecución,  otro vecino decidió imitar al primero y también pintó su casa de colores. Y así, uno tras otro, sucesivamente,  hasta que los guardias se encontraron con miles de casa de colores y sin saber a quién arrestar.  Los animales también comenzaron a pintarse de variados colores y así todo menos el rey, sus guardias y el castillo.

Finalmente, el pueblo que no quería ser gris terminó pintado de todos colores por la decisión y el accionar de sus propios habitantes. Al ver esto, los emisarios del país vecino decidieron poner en alerta a su propio rey pero ya era tarde: porque los caballos que los trasladaban también llevaban sus patas pintadas de color. Este cuento infantil fue prohibido en septiembre de 1976 por el decreto 1888 en el que se aducía que fomentaba la desobediencia ante el poder  y promovía  las decisiones colectivas, entre otras “peligrosas cuestiones”.

La semana pasada ocurrió un hecho de enorme gravedad con la promulgación del decreto 683/2018,  firmado por el presidente Mauricio Macri, junto con el jefe de Gabinete Marcos Peña y el ministro de Defensa Oscar Aguad,  que da cuenta de la reforma de las Fuerzas Armadas,  por el cual  queda establecido  su uso ante “cualquier agresión externa”  así como la colaboración y el apoyo de los militares en tareas de seguridad interior. Ya lo había anticipado Cristina Fernández de Kirchner cuando, hace casi dos años, en agosto de 2016, en el acto por el aniversario de conmemoración de los cincuenta años de la Noche de los Bastones largos llevado a cabo en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, afirmó: “Cuando un gobierno tiene ideas cortas, necesita bastones largos”. Y luego agregó: “Y ojo porque la mano viene para bastones muy largos”.  Estas palabras de Cristina Fernández no hacían más que anticipar lo que viene sucediendo: la efectivización y puesta en acto de un gobierno de ideas cortas pero con bastones muy largos.

Se sabe, y ya quedó demostrado en innumerables ocasiones, que este modelo no cierra si no es mediante el accionar de las fuerzas represivas del Estado. Sin embargo, frente a los efectos del accionar represivo, tal como viene ocurriendo también de un tiempo a esta parte,  suele sobrevenir la acción popular, y, frente a esta medida, que no hace más que reforzar el modelo de exclusión de un gobierno que representa los intereses de pocos y que, día a día, deja a millones de personas debajo de la línea de pobreza, sin trabajo o viviendo en la calle,  el pueblo decidió, a pesar de la lluvia,  salir a manifestarse. Para dejar en claro, una vez más, que dice no a los milicos en la calle.  Porque no quiere ser gris. Ni verde militar.

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