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Por Alejandro C. Tarruella.

 

A media mañana del jueves y en las primeras horas de la tarde, en el macrismo trascendía que la renuncia de Marcos Peña era un hecho consumado. El propio Peña reconocía, se dice en ámbitos cerrados del macrismo, alentaba ese rumor en los pasillos de la Rosada. Sin embargo, con el apoyo a cara de perro de Pichetto, Carrió, Pato Bullrich y la palabra de su propia esposa, Macri estaba dispuesto a dar batalla antes de dejar caer a su funcionario contrafóbico, a quien en las propias filas tachaban de ser el principal responsable del desastre que condujo el presidente y que se dejó ver en los números de la elección.

No va más

Una de las más encarnizadas enemigas internas de Peña, María Eugenia Vidal, esperaba casi babeando esa noticia y se quedó con las ganas. Su bronca se dejó escuchar en las reuniones de sus allegados y se cree que el punto central de la disidencia corporativo-política de María Eugenia y Horacio Rodríguez Larreta, la “gran esperanza blanca” del enclave porteño, con el jefe Macri, es esa. No pueden ver a Marcos Peña ni en carteles pegados en las calles de Calamuchita. Ellos no creen en la ilusión enfermante de Carrió que anuncia a los gritos, posiblemente medicada, que remontarán los números y darán una paliza al peronismo y su frente.

Vidal llegó por esos días con cara larga, en busca de varios millones que alegaba le correspondían por deudas de la coparticipación federal.

Los oficialistas de Macri le dijeron poco menos que la caja estaba cerrada y debía, por lo tanto, esperar a diciembre para hacerse de unos pesos. Su aliado Rodríguez Larreta, en tanto, se distanció de los anuncios que iba a realizar Lacunza, papelito en mano, y jugó al silencio en el intento de hacer de su campaña por la reelección, la aventura de una estructura partidaria independiente. Hacer notar que su candidatura es parte del macrismo en fuga, lo incomoda. Por eso, ni Vidal ni Horacio se metieron en la marcha que organizó Peña el sábado 17 para recibir a los hombres del Fondo. Macri quería mostrarles los dientes y llevarlos a sacar la billetera ipso facto.

Larreta quiere ir por el sur, donde Lammens lo derrotó sin previo aviso. No dejan de ver que el desastre económico, los jubilados, quienes reciben ayuda estatal, el colapso de la escuela pública, la destrucción del empleo, la falta de insumos en hospitales y el circo de las veredas, los lleva a una posible pérdida mayor de votos. El presupuesto porteño altera al macrismo y temen otro fracaso de Mauricio.

El quiebre del adiós

Se suelen reunir con Martín Lousteau y se comenta que el propio Emilio Monzó los asesora –lejano de Macri, quien no lo escuchó en cuatro años- en el intento de seguir contando con las cajas de la reina del Plata. Rogelio Frigerio es otro de los dirigentes que les pone el oído. Uno de los ejes que se proponen es comprender que no se puede llamar a quemar el rancho y luego, en el mismo discurso, proponer el diálogo. Creen que Macri perdió sentido de realidad y sus mezclas tienen un indicio elemental: es un patroncito enojado que quiere resolver la cuestión con un “¡cállese la boca, está despedido!” Entienden que el método los lleva al desastre. Desde la provincia, le proponen a Diego Valenzuela, Ramiro Tagliaferro y Néstor Grindetti, complicados para aferrarse a la silla de intendente, que vayan con boleta sin Macri y como sea, para procurar vencer al peronismo triunfante. El problema que arrastran, a esta altura del desastre de juntos, o no, es que huelen a Macri. Y ahí no hay vuelta atrás.

Temen ahora que la política de shock de Macri, volcar una masa de dólares al mercado (Sturzenegger ya lo hizo y así estamos), produzca un falso efecto de alegría los primeros días, para revelar luego que se trata de una nueva fuga de dólares en favor suyo y de sus amigos. Ellos esperan en las ventanillas para comprar y luego fugan, aducen en un susurro los macristas disidentes. Es decir, que ya el propio espacio reúne a los que delatan el camino del desastre, no precisan que lo explicite un candidato kirchnerista.

Ese camino sin salida del gobierno afecta al conjunto social que tiene renglones anchos de necesidades desesperantes, la franja de pobreza extrema en primer término. No hay decisión del gobierno ni de frenar los precios, ni intentar un plan de alimentos a valores populares, ni nada que se le parezca. Todo parece estar en manos del estado de ánimo de la sociedad que debe contar con una paciencia a prueba de macrismo.

En principio, los actos como los de Cristina, las movilizaciones masivas y el propio trajinar de los días en todo el país presenta un clima de esperanza en lo que vendrá, y una tranquilidad en el día a día que sorprende. Al parecer el Frente de Todos logra reunir voluntades y dejar en claro que el aguante es un capítulo principal de los próximos días.

Si es por el gobierno, preocupado en sostener las ganancias desalmadas de sus principales jefes, y creer en una regresión electoral que hoy se hace imposible, la sociedad podría exponerse públicamente con mayor agresividad. Cosa que no sucede de acuerdo a lo que proponen el peronismo, el kirchnerismo y los diferentes renglones del Frente. La quiebra interior del macrismo, muchos de cuyos radicales van a votar por Alberto y Cristina en octubre, fluye sin pausa y todo indica que los números van hacia el frente.

Además, lo que va a suceder en Argentina el 27 de octubre va a sacudir el planeta.

Es posible, que marque un antes y un después en el derrumbe del neoliberalismo y la usura enfermiza de los mercados. Todo indica que el 11 de agosto fue el principio de un hecho histórico que va a encontrar a una humanidad dispuesta a acompañar ese camino. Comenzando por el Papa Francisco.

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