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Por Julio Archet.

 

Un interesante juego de palabras. Pronunciadas con intencionada rapidez, suenan a los oídos muy similares. Pero consideradas desde su definición lingüística, observamos la absoluta oposición entre ambas. Su significado es totalmente inverso.

Desde el aspecto meramente humano, un ser solitario no es considerado solidario, ni él mismo así se considera, teniendo en cuenta su elección de vida. La soledad es un refugio para quienes intentan no compartir sus vidas en sociedad, sin importar los motivos que ocasionen dicha decisión.

Solidario, en cambio, es quien comparte su vida con quienes necesitan de su apoyo, sostén o atención. Su pensamiento incluye a los demás como quienes requieren su compromiso y acción, sin importar rédito alguno de su parte.

Podríamos interpretar el presente social como un indicador respecto de la solidaridad. No nos muestra acabados ejemplos de la misma, más bien aislados intentos muchas veces vistos por el conjunto como estertores titánicos ante la magnitud que asumen las necesidades en el terreno de lo social.

Visto desde la óptica de los personajes citados, el o los problemas asumen valores correlativos a la intencionalidad de cada uno, dependiendo esta de sus convicciones.

El solitario ignora per se la existencia de “los otros”, dejando al azar y el devenir de los tiempos la solución de cualquier problema que no le incumba desde su visión personal.

El solidario, en cambio, vive comprometido en solucionar problemáticas, incluso convirtiéndose en esclavo de sus propias pretensiones. Está dispuesto a sacrificar su propia individualidad por servir a los intereses del colectivo humano.

Es utópico pensar que cambiando una letra se puede lograr un profundo cambio en las formas de actuar socialmente, pero es sano reflexionar al respecto.

¿Qué letra cambiarías? ¿La T o la D?