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Nicolás Duarte Isasa escribió este artículo pensando en el Bicentenario de 1810, y hoy –en el marco político del Bicentenario de la Declaración de Independencia- el texto y el contexto se resignifican.

Pensar en una sociedad semejante a un organismo vivo es una tentación de la que se hace bastante difícil abstraerse y a la que sucumbieron teóricos tales como E. Durkheim o T. Parsons. Supongo que cualquiera de nosotros en algún momento de la vida ha escuchado frases tales como “somos un pueblo joven”, o “nos pasa lo que nos pasa porque aún no maduramos como sociedad”, etc. y si tomáramos (prestada aunque sea por un momento) como válida esta estructura lógica de pensamiento bien podríamos decir que el “centenario” nos encontró a los argentinos en la “adolescencia” de nuestra historia. Ya que cien años en términos históricos, como dice el tango, no son nada. 

Pero como vamos a ver en este trabajo, ni fueron cien años los transcurridos en la historia de nuestro país, los que nos pueden ayudar a explicar el “centenario” debido a que podemos rastrear antecedentes mucho antes de 1810, ni son poca cosa los cien años transcurridos desde el primer gobierno patrio y su conmemoración centenaria, pues en ese período se pueden analizar varios procesos complejos, las más de las veces antagónicos entre si. 

Continuando con el esquema anterior y poniendo bajo análisis solamente el comportamiento de una minúscula porción de la sociedad que se hizo famosa por “tirar manteca al techo”, literalmente, en los burdeles parisinos bien podríamos decir que ese comportamiento displicente y arrogante se condice perfectamente con la conducta de un adolescente promedio. Pero ni esa muestra era representativa de toda una sociedad bastante más problemática, ni esa conducta se puede tomar como consecuencia de una “rebeldía” no encausada, sino más bien como el accionar de una élite que pensaba que todo le estaba permitido y se sabía impune, sin el contralor de un “pueblo” puesto en escena política para equilibrar la enormes asimetrías que se podían observar en la sociedad.

Pretendo explicar con la ayuda de los autores algunos aspectos de este “proceso” y señalar como eje temático que para la coyuntura del centenario la idea triunfante fue la del llamado “localismo” en oposición al “americanismo” a la cual adscribía la élite gobernante, entendida esta según la definición de Clara López Beltrán, quien la considera como “el conjunto de hombres y mujeres que concentran en sus manos el manejo del poder, del honor y de la riqueza”. Era el momento cúlmine de la llamada “Generación del 80” a la que le cupo la responsabilidad de “modernizar” el país en todo lo amplio de su significado ya que bajo su impulso se terminó de definir la separación entre la Iglesia y el Estado con la sanción de las leyes de Matrimonio Civil, Registro Civil y Educación Común, la última de las cuales estableció la enseñanza primaria pública, obligatoria, gratuita, laica y gradual. Se la puede denominar como “Oligarquía”, pero para mejor comprensión siguiendo a Rosa J.M. “…llamaremos "oligarquía" al gobierno de un grupo social que carece de la virtud de interpretar a la comunidad; si poseyera esa virtud sería una aristocracia, cuyos integrantes atinan a comprender y dirigir al Estado. … Para emplear otro (Término) más moderno, diré que no es una "clase gobernante", porque no interpreta ni conduce: simplemente medra. Una oligarquía no está necesariamente ligada por vínculos de sangre o de fortuna, aunque los padres, como el dinero, mantienen la permanencia o facilitan el ascenso. … El dinero no era indispensable (para pertenecer a ella), pero sí la apariencia del dinero; la sangre contaba poco; la cultura, si era auténtica, absolutamente nada y hasta podía ser inconveniente. La puerta de entrada estaba abierta, pero también la de salida: ya lo decía el adagio porteño del siglo XVII: "padre zapatero, hijo caballero, nieto pordiosero", rueda loca de la sociabilidad del puerto…

Qué antecedentes históricos, económicos y sociales se amalgamaron para cristalizar esa realidad es la que pretenderé explicar en este escrito, pero debemos tener en cuenta antes que nada que así como el río de Heráclito era el mismo en su cauce presente pasado y futuro así la historia que es una sola puede arrastrarnos en su devenir del presente al pasado y viceversa y aún más ayudarnos a proyectarnos hacia el futuro.

Pero para poder ubicarnos en el escenario, se torna necesario hacer una breve descripción de la situación para poder explicar como se llegó a ese estado de cosas, y para ello recurriremos al historiador Federico Lorenz quien nos cuenta “El 25 de mayo de 1910 la república Argentina celebró su primer Centenario orgullosa de sus logros: una economía floreciente, la afluencia de miles de inmigrantes, una vinculación comercial privilegiada con el imperio británico y relaciones fluidas con el mundo cultural europeo resultaron suficientes, para que las élites dominantes miraran con ojos esperanzados y confiados un destino manifiesto de grandeza y realización como nación hegemónica en el Cono Sur.

Pieza clave de esa conmemoración fue el relato mítico de la historia argentina que estableció el momento fundacional de la república en el 25 de Mayo de 1810. Esa visión se transmitió a generaciones de argentinos a través la educación pública y otras políticas oficiales, y es un símbolo compartido por las más dispares vertientes políticas. Los miembros de la Junta de Mayo de 1810, fueron los “revolucionarios” y los “patriotas” instalados como modelos (aunque en el momento de los hechos no se llamaran de ese modo a sí mismos). Asimismo, numerosos militares, notablemente José de San Martín, el “padre de la Patria”, ocuparon espacios centrales en esa historia nacional. La historia y la escuela pública instalaron un relato histórico en los que era posible encontrar los cimientos de la patria que, pujante, celebraba su primer Centenario. La fuerza de esas imágenes los torna inmunes a la crítica histórica y les otorga la vitalidad propia de los lugares de la memoria.” Los resaltados son míos.

A su vez Fernando Rocchi cita “En el período 1880-1916, la economía argentina experimentó un crecimiento tal que la llevó desde una posición marginal a convertirse en una promesa destinada a ocupar en América del Sur el lugar que los Estados Unidos tenían en América del Norte… en aquellos tiempos no había dudas sobre el porvenir de gloria que le esperaba al país. ”

Hecha la descripción de la realidad de ese tiempo histórico, emprenderemos la difícil tarea de tratar de explicarla desde sus antecedentes. Cabe aclarar, que la complejidad de la realidad siempre multicausal siempre multientramada, nos obliga a trabajar recurriendo a ciertas simplificaciones, a sacrificar algún grado de especificidad en aras de una mejor comprensión.

En lo económico, lo “floreciente” de la economía era la resultante de: condiciones naturales (caracterizadas, entre otras cosas, por el suelo, uno de los más aptos del mundo) y geográficas privilegiadas (por cauces de agua capaz de transportar en su lomo la mercancía suficiente para propiciar un crecimiento económico superlativo ); la concentración en pocas manos de la tierra; una inmigración facilitada por condiciones internacionales especiales; una particular relación con Inglaterra, que sufría los efectos de la segunda Revolución Industrial y la crisis de 1870 y debido a ello debió incrementar sus inversiones en estas tierras como no lo haría con otros países en America Latina y que se tradujeron principalmente en transporte y comunicaciones para eficientizar el comercio entre el Río de la Plata y la metrópoli de ultramar (Londres). Una división internacional del trabajo le asignó a nuestra tierra el rol de proveedor de materias primas (Granero del mundo), mientras que Inglaterra se asignaba para si la función del “Taller del mundo” y apoyaba estas determinaciones con todo el poder de fuego imperial del que disponía . Ezequiel Gallo acude en nuestra ayuda aportando desde su visión en “La Pampa Gringa, La colonización agrícola en Santa Fe (1870-1895)”, los datos que apoyan esta somera descripción. “Con ser rápido e intenso, el crecimiento económico que originó el boom exportador, se desplegó de manera desigual en la geografía argentina. La región pampeana, de donde salía el grueso de la producción exportable, fue la que experimentó las mayores transformaciones y cosechó mayores beneficios” , profundizando así las asimetrías regionales.

El conservadurismo de la élite, y lo novedoso de la situación , se conjugaron para que se profundicen contradicciones internas que se arrastraban de décadas pretéritas. Al desprecio por el nativo plasmado impecablemente en “Civilización y Barbarie” se sumaba ahora el temor hacia un personaje del que no tenía antecedentes y se le hacía casi imposible lidiar, el trabajador rural o urbano, anarquista o socialista que reclamaba derechos y lo hacía con la violencia y determinación propia de su tiempo y consecuente con la intransigencia de la contraparte. La densidad poblacional aumentaba y se complejizaban las relaciones entre los actores sociales, el modelo agroexportador sentó las bases de una industria incipiente que iría creciendo concordantemente con el comercio internacional y a su vez esto le asignaba un mayor protagonismo a ese extranjero que vino al “granero del mundo” y se quedó en los arrabales de la “gran aldea” como operario industrial o peón rural. Pronto se requirieron más transportes, más frigoríficos, más herramientas agrícolas y estas necesidades irían cimentando las bases de una economía interna que aportaría el sujeto histórico que haría que años más tarde el régimen sea derrotado (aunque no definitivamente, pero será necesario otro trabajo sobre el tema para analizar como éste logró mimetizarse para, veladamente unas veces y otras no tanto, constituirse en un poder autónomo, por encima de los poderes de la República). “Tal vez la minoría gobernante hubiese sobrevivido si hubiese atinado a comprender el país y a colocarse a su vanguardia, no ya como oligarquía sino como clase dirigente identificada con el medio dirigido. Pero debería adquirir una conciencia nacional que le permitiese comprender al país, revisar las fraguadas nociones de su historia colonial y antipopular y hermanarse con el pueblo que esperaba dirigir. Pero era pedirle peras al olmo.”

En las consideraciones ya vertidas señalamos algunas de las características de una minoría gobernante definida como una “oligarquía” mezquina no solo para con su propia sociedad sino también para con sus “vecinos” baste como muestra la participación en la ignominiosa guerra llamada “de la Triple Alianza”. Esta como ninguna otra ha llenado de vergüenza a los estados agresores y hablo de los Estados porque, por lo menos en lo que respecta a nuestro país, se debió recurrir a la leva forzosa para contar con tropas regulares y sin embargo la deserción ha sido la constante durante todo el conflicto, evidenciando así la falta de popularidad de ese accionar. Señalamos al “localismo” como aquella posición que no tenía reparos en la expansión a costa de sus vecinos y esto no resulta extraño por cuanto podemos ver que se había instalado un pensamiento, en la élite, de desprecio hacia lo autóctono y de obnubilación frente a lo “europeo” a lo extranjero. Por otro lado, el sociólogo Georg Simmel define a la relación entre los individuos como de “acción recíproca” lo que significa en apretada síntesis que el accionar de uno influye sobre el otro pero éste a su vez es influido por aquel. Quizá en sintonía con esta forma de mirar la realidad o con aquel apotegma popular que dice “tal como te ven te tratan”, o tan solo por el complejo de nuevo rico que pretendía que con el “parecer” se lograría el “ser” los festejos del centenario se llevaron a cabo con una gala y una pompa extraordinarias, “tirando manteca al techo” nuevamente, pero la acción recíproca se pudo ver pocos años más tarde cuando en el año 1919, se pudo leer en la edición castellana del Diccionario de la lengua española Sopena, en su página 120, en la definición de “Argentina” “Estado de la América del Sud, lindante con Bolivia… Es una nación de forma republicana federal de gobierno… Todo hace creer que la República Argentina está llamada a rivalizar en su día con los Estados Unidos de America del Norte, tanto por la riqueza y extensión de su suelo como por la actividad de sus habitantes y el desarrollo de su industria y comercio, cuyo progreso no puede ser más visible”.

Lo cierto es que recientemente se han llevado a cabo los festejos, esta vez del bicentenario, y claramente se pudo observar importantes diferencias conceptuales, tanto entre los “días de mayo” como en los del centenario y del bicentenario. En el primero, una élite de “gente decente” quiso saber “de que se trataba la cosa” y dejar de ser un “convidado de piedra” en la toma de decisiones de su destino y para ello derrocó a un gobierno débil y comenzó el difícil camino de la construcción de un nuevo espacio político-social-cultural. Cien años más tarde, otra élite que asaltó el poder y lo sostuvo a fuerza de sables, fusiles, fraudes y engaños quiso “mostrarse (semejante) al mundo” al que consideraba “mundo” o “mundo civilizado” o “civilización” y para ello no ahorró ni “sangre de gauchos” ni pesos ni patacones. Doscientos años vistos los tímidos actores que se insinuaban apenas en los relatos del pasado, aquellos marginados que aportaron básicamente su sangre y su cuero, los “originarios” primero, luego “criollos” y “cabecitas negras”, y, finalmente las clases subalternas, se adueñaron de la escena política con una naturalidad propia de aquel que se sabe dueño desde siempre de su pasado y su destino, sin sables y sin odios y desoyendo el mandato que rugía desde los medios de propalación que agitaban su propaganda a favor del régimen o de la élite, se sumó a la plaza por primera vez en doscientos años para “festejar” genuinamente, el aniversario de la Patria, portando consigo para ello, tan solo, nada más y ,nada menos que la alegría, una alegría eternamente joven a pesar de sus más de doscientos años de espera, casi quinientos podría decir, que nada tenía que ver con ese ficticio frenesí de los “señoritos” de los burdeles parisinos de la “Belle Epoque” que debieron recurrir al derroche para hacerse "notorios" en un mundo que los miraba desde arriba, con desdén, que se burlaba a sus espaldas. Dijo una vez Arturo Jauretche "Ignoran que la multitud no odia..." interpelando hacia el futuro a los mismos "profetas del odio" que no mutaron ni métodos ni odios. Es cierto, quedó demostrado, las multitudes no odian, por el contrario se dedican a festejar cuando hay motivo para hacerlo. En este, nuestro bicentenario de la Patria quedó demostrado que esta vez SI había algo que festejar y que para ser notorios hace falta dignidad, no derroche del sudor de un pueblo.

Nicolás Duarte Isasa

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