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Patricia Gordon, licenciada en Psicología y militante por los derechos de víctimas de violencia, docente de la UNMDP y presidenta de la ONG En Red, aborda la temática de abuso. ¿Cómo nos hablan los niños y niñas y de qué manera los escuchamos? Para ir hallando algunas respuestas tenemos que saber que desde la experiencia profesional....

• Los niños/as no dicen que fueron “abusados sexualmente”
Dadas las características del período de desarrollo que atraviesan sus expresiones van variando.
Durante la primera infancia en la que el lenguaje así como otras funciones se están constituyendo logran manifestar su incomodidad con expresiones tales como: me duele la cola, (refiriéndose tanto a la vagina como al ano), me arde, me pica entre otras expresiones.
También en muchas situaciones no quieren ir al baño. Cuando se le pregunta por ese dolor suelen decir “papá (u otra persona) me tocó acá” (señalándose la zona genital).

Hacen descripciones de sus sensaciones o de lo que vieron e inclusive de los olores y de sus propias percepciones, generalmente referidas al tamaño de los genitales del adulto y a las características de los mismos. Justamente, porque el contacto con el cuerpo adulto en esas condiciones les causa impresión, desagrado, sorpresa.

No necesariamente se manifiesta la angustia cuando hacen estos relatos, ya que en muchas ocasiones y especialmente cuando el victimario/a es familiar o cercano no logran captar el sentido perverso y lo interpretan como un juego extraño. Saben que algo no está bien, pero faltará algún tiempo, especialmente de evolución psíquica, para comprender lo sucedido.

Por tales motivos, cuando se desacreditan los relatos de los niños y los informes de los/as profesionales con el motivo de que no presentan angustia, es preciso contrarrestar tales argumentos de corte descalificatorio hacia la capacidad de los niños/as de dar testimonio con teorías que fundamentan nada más y nada menos que las etapas constitutivas del psiquismo.

En la bibliografía específica en la materia se conoce esta primera etapa como revelación, aludiendo al levantamiento del secreto que le es impuesto por el victimario. Por esto mismo, muchos niños/as suelen decir que tienen un secreto que no pueden contar.

La revelación de algo que está oculto y la intensidad del silenciamiento impuesto van de la mano. Este último constituye toda una categoría que supera al silencio. Es un fuerte mandato que reprime toda posibilidad de circulación de la palabra como instrumento liberador. Y bien se sabe que no es algo que ocurra exclusivamente en las situaciones de abuso sexual infantil e incesto paterno filial. En la Argentina, así como en diversos países que han sufrido las consecuencias del terrorismo de estado hemos padecido años de silenciamiento como instrumento de control.

Por esto, lo que ocurre en el abuso sexual infantil es asimilable al despotismo. Es el poder omnipresente del victimario, que con su sola presencia silencia a la víctima.

Pero volvamos a la puesta en marcha de la escucha y la intervención. Siguiendo estos conceptos: ¿Cuál será el tiempo necesario para que se logren superar las consecuencias de semejante imposición? ¿De qué manera se propicia un ambiente contenedor de un padecimiento que la mayoría de las veces no es consiente? ¿Qué oponemos al mandato del silenciamiento? ¿Y cómo nos posicionamos ante el niño/a, no solo como sujeto de derecho, sino al niño/a con sus capacidades para decir, jugar, revelarse y manifestar su verdad?

En el marco de la importancia de la escucha atenta cuando un niño o niña presentan manifestaciones sobre tocamientos genitales, “juegos” que no comprenden y/o diversas expresiones y conductas que nos impactan porque son diferentes a lo que conocemos de él o de ella me voy a referir a sus familiares, primeros receptores de sus vivencias.

Mucha tinta corre por los caminos de la industria que defiende a los acusados de abuso sexual infantil. Las cosas por su nombre. En todo el mundo hay profesionales dedicados/as a decir que el abuso sexual no existe. Y que si existe, ocurre muy raras veces. Y si ocurre, “por algo habrá sido”. La defensa de los abusadores no está simplemente basada en el principio de inocencia, porque de ser así, no habría semejante negación. Yo diría que está basada en el principio de culpabilidad de la víctima y de quienes protegen y validan el testimonio de las víctimas. Y la base de este principio es puramente económico. Así como ocurre con el negociado de la trata de personas, en el abuso sexual existe una importante acumulación de capital como producto de obtención de absoluciones y de mas y mas impunidad.


• En casi todos los casos en que los niños son abusados sexualmente, las primeras que reciben la noticia son las madres y/o las figuras parentales protectoras.
• Cuando la madre o la persona en cuestión escucha estas manifestaciones, se angustia y se sorprende.
• Nadie está preparado ni tendría porqué estarlo, para recibir un relato de estas características. En los casos de incesto paterno filial resulta altamente complejo y emocionalmente perturbador por el vínculo de amor con el niño/a que sostiene la figura protectora y el vínculo que sostiene o sostenía con el “padre” abusador. La sensación de fracaso es doble: por no haber cuidado al hijo/a y por ser quien eligió a esa pareja.
• Los tratamientos a largo plazo permiten trabajar sobre esa sensación de culpa para que ésta no recaiga ni sobre la madre ni sobre el niño. Ya que muchas veces resulta prácticamente imposible predecir la conducta de un perverso.
• Es absolutamente normal y esperable que el familiar que escuche al niño/a por primera vez haga preguntas que no haría un profesional que lo está evaluando. Los familiares no son expertos y están atravesados por el dolor de sus hijos/as, a diferencia de alguien que logra instrumentar una distancia saludable.
• Por lo tanto, hablar de “contaminación de los relatos, inducción, psicosis colectiva” entre otros endebles argumentos que no tienen una base científica pero sí una base ideológica supone un burda estrategia que no resiste el mínimo análisis de rigor.
• Entonces, escuchar al niño/a por primera vez presupone: brindarle el marco de una seguridad adecuada, no manifestar desagrado ni sobresalto, re-preguntar si algo no entendemos, decirle que creemos en su palabra y dejar que surja espontáneamente su relato sin demasiadas intervenciones. Pero de ninguna manera podemos pensar seriamente que alguna interferencia de parte del adulto responsable puede dar lugar a la invención de una escena con connotaciones sexuales que no vivió simplemente porque debido a la etapa evolutiva del psiquismo que atraviesan no sería posible sostener un argumento que no es propio, que desconocen y que no vivieron.

Lic. Patricia Gordon
matr.45.881