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¿Macri cree, o cree que cree? O acaso, quiere creer que cree. Sus amigos, si es que los hay, dicen entre otras cosas que para ganar las elecciones debe apostar, porque no tiene otra salida, al acuerdo que firmó, sin aval del Congreso, con el FMI. Es decir, apostar al ajuste.

 

Y también le dicen que hay que olvidar la trama recesiva de sus lineamientos y hundirse en la aventura que conduce a la recuperación económica, y así ganar las elecciones. Apelando al olvido de las pautas de Christine Lagarde en su discurso pero cumpliendo. Sin embargo, esta postura un tanto delirante, que existe, presenta algunos escollos.

Es posible que el primero de ellos surja del alto nivel de falta de credibilidad que presenta diferentes renglones. Uno es la sociedad, y según las encuestas amigas y de las otras, casi siempre ayudadas oficialmente, la sociedad no cree ya mayoritariamente en Macri y el gobierno. El gobierno se cansó de hacer promesas para luego darlas vueltas como un guante. Y lo más grave, subsumido en este estado de cosas, es que en el propio frente político resquebrajado hay diferentes posiciones y estados de ánimo.

Peña ya no puede presentarse como un funcionario creíble. Su última teoría, según la cual, en estos días, ya no es Cristina la que provoca los desaguisados del gobierno, sino el frente externo, no es compatible con los que dicen, en público o en susurros, otros miembros del gobierno.

El gobernador mendocino, Alfredo Cornejo, está cada vez más distante del gobierno nacional y reclama auxilio a la producción. Hace frente silencioso con Daniel Salvador, vicegobernador de la hoy poco visible María Eugenia Vidal, en procura de reunir voluntades radicales: creen, no sin cierta ingenuidad, que de allí puede salir un polo de acción para reconstruir un frente. Negri desde el Parlamento mira a ese polo de atracción, realiza algunas críticas y se queda en el espacio interior de Cambiemos sin ofrecer alternativas. Al menos está anudado a un cargo en el poder.

El gobierno no da la impresión de que vayan a cumplirse las metas fiscales previstas, que es lo que esperan naturalmente los inversores, sobre la base de lo acordado con el FMI, y si va en ese camino tiene al menos una piedra, no puede aspirar a acordar con el PJ en recesión. Alucina no contar con el PJ, que no va a votar el ajuste, y a la vez imagina que puede acercar a algún sector peronista o de ilusión peronista, para dar la imagen de que amplía su base de sustento político.

Difícil panorama cuando Macri está más dispuesto a ser jefe y dar órdenes, que a ser un conductor y apelar a las artes que reclama su ejercicio; su ánimo dicen es enojoso y basta. Convengamos, no es un conductor y a lo sumo, si tiene el poder y la realidad lo acompaña puede disimularlo, pero este no es el escenario. Tampoco puede hoy decirle a la sociedad que no habrá ajustes porque se lo siente a cada paso por una calle cualquiera. El repentino aumento de la nafta, que seguramente desconocía el Presidente el domingo a la mañana, permite no desmentir lo que se afirma.

Triaca y sus laderos buscan a sindicalistas cercanos y algunos personeros del PJ para urdir un falso alineamiento peronista mientras que el otro sindicalismo, que está en la calle, va pergeñando una nueva fórmula de unidad para proyectarla al PJ tanto en los reclamos como en la mirada en proyección al 2019. Así, para el PJ en ciertos momentos, el problema no es tanto los candidatos sino lo que se va a plantear a la sociedad en materia de programa político.

Respecto a Cristina, en el PJ no va a ser un escollo, ella analiza y dice escasamente lo necesario para evitar serlo. Hoy se acerca a ser parte importante del frente a crear bajo el auspicio del conjunto del PJ incluido el kirchnerismo. Su problema no son las candidaturas aunque en la Capital, un distrito complejo aunque de tinte mercantil, quieran cerrar ya las listas para que no entre nadie. No es su espíritu.

Macri ensaya varias alternativas, todas de difícil aplicación y resultados. Ensaya volver a polarizar con Cristina en el intento de ganar todo lo que se pueda de aquello que fue y que se le desliza entre los dedos como un puñado de arena. Sueña con Schiaretti, Urtubey, Manzur o Massa. Massa viene muy mal, no le alcanza incluso para presentarse como candidato en Tigre, para lo cual necesita enfrentar a Julio Zamora, que le ganaría, y a su vez, se acerca al PJ. Schiaretti tiene en De la Sota un problema, desde el momento en que se ventila un posible acercamiento a Cristina.

Urtubey depende de todos ellos como Manzur, aunque el tucumano integra una troika que en las últimas décadas ha hecho alianzas hasta con el diablo. Sin embargo, todos ellos miran siempre lo que sucede en el PJ, y en la medida de que haya una propuesta flexible, amplia, que reúna voluntades para ganar en 2019, juntos pueden dejar que Macri les haga la campaña con sus medidas sin fe y casi sin aliados.

En Cambiemos (Macri en primera instancia) creen en los espejitos de colores de los inversores, casi un imposible. En el PJ, en cambio, comienzan a observar que si bien el campo nacional es un terreno difícil, el internacional es alentador. El triunfo de López Obrador en México es muy importante, en Brasil, si Lula sigue prohibido, un candidato potente como por ejemplo Celso Amorim, puede aglutinar el pensamiento del conductor preso. Y si el “mundo occidental” devaluado no es amistoso con la Argentina, esos países más China, Rusia y los BRICS pueden ser la oportunidad de un tiempo de renovación y transformación.

Si es por el FMI, bien puede esperar que Macri y sus amigos se rehagan económicamente frente a un acuerdo que no firmó el Congreso de la Nación. Visto así, el problema es de Christine Lagarde y sus socios, Macri, Dujovne y los otros. En tanto, los lamentos del progresismo no alcanzan para determinar que la Argentina solo tiene en la mira un pozo. Es una exageración tal vez intencionada, tal vez motivada por insistentes encuentros con los propios fantasmas.