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Por Jorge Núñez Arzuaga.

 

Existen pedagogías que lo afirman y experiencias que lo demuestran.

Entendiendo a la violencia por su definición de “uso excesivo de la fuerza”, ésta se manifiesta de distintas formas: violencia física (agresión, crimen); violencia psicológica (abuso de autoridad, discriminación); violencia económica (explotación, monopolio); violencia política (dictaduras, guerras); violencia ideológica (control del pensamiento, manipulación de la opinión pública); violencia religiosa (persecuciones, prohibición de otras creencias); violencia sexual (trata de personas, violación); violencia cultural (censura, sometimiento a un poder hegemónico).
Si la violencia es justificada para ciertos fines, si se institucionaliza y es parte de la cotidianeidad, se convierte en el signo de un sistema y, también, se retroalimenta.
En esa lógica se buscará disuadir los elementos violentos con más violencia, alternando irracionalmente la condición de víctima y victimario, provocando una espiral de violencia cada vez más incontrolable.
Si, por otra parte, se circunscribe a los ámbitos en que se manifiesta particularmente, como violencia doméstica, en la escuela, en la cancha, inseguridad ciudadana, gatillo fácil, etc., se parcializa el análisis y las respuestas son coyunturales o espasmódicas.
La violencia está instalada en un tipo de organización política, social y económica, cuya base es una escala de valores que promueve la intolerancia, la diferencia y la insolidaridad.

La no-violencia se puede enseñar, a través de programas pedagógicos, campañas de concientización y permanente difusión a escala masiva; y se puede aprender, si se comprende la importancia para la propia vida y sus beneficios sociales.

“Una cultura de paz debe sostenerse en valores compartidos. No existe mejor lugar para promover el diálogo, el respeto y el entendimiento mutuo que los sistemas educativos inclusivos. Creo firmemente que la educación es la clave para fomentar sociedades pacíficas, no violentas y equitativas… La cultura de paz incorpora las dimensiones de consolidación de la paz, prevención y resolución de conflictos, educación para la no violencia, tolerancia, respeto mutuo y diálogo. Está estrechamente vinculada al nuevo humanismo que propugna la UNESCO, que sitúa a los seres humanos en el centro de todos los procesos de desarrollo”, destacaba Irina Bokova, en su gestión como Directora General de la UNESCO (2009-2017).

Para Mario Aguilar y Rebeca Bize, autores de “Pedagogía de la intencionalidad”, “Proponemos que la educación se manifieste sin ambigüedades respecto de que en el actual momento histórico la violencia ya no puede ser aceptable como modo de convivencia, resolución de conflictos o logro de objetivos. Educar para construir una cultura de la no violencia debe ser la principal y más importante finalidad de la educación, y todo el sistema escolar y el currículo debe alinearse bajo esa premisa. No se puede permitir la incoherencia entre el discurso y la praxis cotidiana que la escuela actual presenta en su quehacer; el autoritarismo, la discriminación, la falta de respeto, el individualismo exacerbado, deben ser desterrados definitivamente de la cultura escolar ya que son expresión de un modo de vida que queremos superar. Nuestra idea de educación plantea, categóricamente y sin ambigüedad alguna, el desarrollo de una cultura de la no violencia, único camino válido para superar la actual crisis humana y social que se vive en todas las latitudes”.

Por otra parte, la teoría elaborada por Juan José Pescio y Patricia Nagy sobre “Consejos Permanentes de la no-violencia activa y redes”, y la experiencia desarrollada por ellos en instituciones educativas, representan importantes muestras a considerar: “El fundamento pedagógico de la propuesta de los CPNVA es que el cambio de hábitos arraigados se produce sólo cuando nos involucramos en ámbitos permanentes que nos influyen para dejar de hacer lo que nos perjudica hasta olvidarlo (des-aprender) y nos impulsen a hacer lo que nos beneficia verdaderamente, hasta que esto se convierte en un hábito nuevo. Los participantes eligen estar en esos ámbitos como primer acto de libertad, vale decir, eligen en su interioridad la nueva dirección de vida y también reconocen la necesidad del cambio institucional y social simultáneo para sostenerse el propósito.

Dicho de otro modo, los “Consejos permanentes por la no violencia activa en las instituciones”, surgen de la intención de crear ámbitos permanentes en los que la práctica solidaria y la reflexión cotidiana en espacios participativos sobre el origen de la violencia en los planos Individual, Institucional y Social, abra paso a la conversión en la dirección de la vida”.

El Proceso de Capacitación está ampliamente desarrollado en el libro “Hacia una cultura solidaria y no violenta”.

Como complemento de los ejemplos enunciados, sería  fundamental poner en práctica una serie de políticas que atiendan simultáneamente a las estructuras -derechos humanos, medios de comunicación, cultura, distribución de la riqueza- y a los agentes directamente involucrados –sistema judicial, carcelario, policial-.
En este sentido cobra especial relevancia la plena participación de la sociedad civil en la toma de decisiones, y el control ciudadano sobre las fuerzas de seguridad, sus planes y presupuestos.