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Por Alma Rodríguez.

 

Hace poco más de un año, aparecía el primer caso de Covid 19 y junto con é,l el impacto de un acontecimiento que vendría a cambiar la lógica que hasta ese momento hacía mover el mundo. El término acontecimiento no es arbitrario ni azaroso: remite a un concepto filosófico (quien desee puede acudir a Deleuze o a Baruch de Spinoza, ambos exponentes indispensables de la filosofía de la edad moderna y contemporánea) que en otros términos podría equivaler a lo que se conoce, por ejemplo, en política, como “revolución”.

Un acontecimiento siempre viene a modificar un estado de cosas estable y naturalizado. Y es que la aparición del virus en noviembre de 2019 fue el origen de un acontecimiento que vino a cambiar el mundo tal como lo conocíamos: otra forma de vincularnos y relacionarnos, nuevos modos de comunicarse, nueva disposición de los espacios, otra percepción del tiempo, otras formas de sentir y amar. En este sentido, la pandemia vino a revolucionar nuestras vidas sin darnos la opción de elegir cuándo ni de qué manera.

Junto con este modo de cambiar nuestras subjetividades, el virus vino a modificar también aquellas cosas que estaban tan incorporadas que creíamos naturalizadas. Roland Barthes habla de “segunda naturaleza” para referirse a la cultura en la que estamos inmersos puesto que si bien se trata de una construcción que nos diferencia de los animales parece casi imposible deshacerse de ella: estructuras sociales, luchas históricas, organizaciones de los estados y naciones están tan naturalizadas e incorporadas que nos parece que siempre fueron así.

 Partiendo de esta base, entonces, podríamos empezar a pensar y encontrar explicaciones para algunos de los acontecimientos que vienen a delinear las nuevas formas pospandémicas en el país y en el mundo.

El virus, sabemos, hizo su aparición en un mundo aparentemente organizado a partir de un sistema que viene autopercibiéndose y autodenominándose  “capitalista” sin tener demasiado en claro qué es eso que llamamos “capitalismo” pero que se manifiesta de mil variantes posibles. Podría decirse, sí, que en este sistema capitalista de fines del siglo XX y principios del XXI, lo que impera es el capital más allá de toda forma de organización. La noción de capital, sabemos, trae aparejada todo un campo semántico que va desde Marx (el autor de El capital) hasta una estrofa de la marcha peronista (“A la gran masa del pueblo, combatiendo al capital”). En definitiva, el capital no es algo concreto ni siempre es dinero sino que puede adquirir diferentes formas y aspectos; en ese sentido, cualquier cosa puede ocupar el lugar de “el capital” como alguien que va cambiando de atuendo según el lugar, los intereses y las circunstancias. Pierre Bourdieu, sin ir más lejos,  habla de “capital lingüístico” para referirse a la suma de posibilidades que posee cada hablante y que nos permite en mayor o menor medida obtener ganancias al momento de hablar en un determinado intercambio comunicativo.

En lo fluctuante del capital, tenemos dos certezas: la primera es que hay acumulaciones que implican como condición sine qua non distribuciones desparejas y la segunda, que ese capital funciona como moneda de cambio a la hora de negociar cierta ganancia o plusvalía.

Por estos días, pareciera ser que aquello que domina la lógica de la ganancia o la pérdida y la lógica del cambio es la capacidad de fabricar, obtener y negociar la vacuna contra el virus del Covid. En este sentido, no es que las acciones en dólares, el petróleo o las armas hayan disminuido su capacidad financiera o de negociación, sino que en este nuevo contexto mundial la vacuna aparece como una nueva moneda de cambio. A nivel de distribución de la riqueza, por ejemplo, ya puede pensarse un imperio vacunatorio a partir de la producción y el suministro de dosis. Y, por supuesto, y siguiendo esta lógica, hay países muy pobres que aún no han lograron acceder debidamente a un plan de vacunación.

En tiempos de pandemia, la “vacuna mercancía” parece haber adquirido un status similar al de un iphone o un auto: “Yo quiero la de Oxford”, “Yo quiero la rusa o la china” como si fuera un mercado de telefonía celular en el cada uno elige con qué aparato de comunicación tendrá mayor conectividad. La salud se ha vuelto un campo de negociación y comercialización dentro de este capitalismo que está más salvaje y vivo que nunca.

Es interesante ver cómo, si se hace una historización de la invención y producción de vacunas a lo largo del tiempo, en el reconocimiento social o en la denominación para el común de la gente se produce un traslado del nombre del creador (Sabin, por Albert Sabin, por mencionar un caso) al nombre de un laboratorio o una corporación (Pfizer, por mencionar otro) es decir que, con el tiempo,  se produjo una despersonalización y desvalorización de la labor científica en pos del productor y no del creador.   Actualmente, son laboratorios y grandes corporaciones quienes se encargan de su realización lo cual hace repensar también la figura y el rol del científico o científica en este nuevo orden mundial.

En este contexto, y volviendo al comienzo, el Estado no puede naturalizar que haya quienes utilicen la vacuna como moneda de cambio para obtener ganancias en esta situación. En ese sentido, a nivel local, acabamos de ver hace unos días a un Alberto Fernández con una reacción rápida frente a esa naturalización.

El Estado, junto con una política sanitaria que acompañe, debe ser el encargado de regular el cuánto, el cómo y en qué orden de prioridad se utilizará ese nuevo capital sanitario así como también deberá hacerse cargo de cuidar y distribuir de la manera más equitativa y sin privilegios de ninguna clase (la palabra “clase” acá debe leerse en su más amplio sentido) esa nueva moneda de cambio que es la vacuna. No podemos naturalizar las prácticas diseñadas a partir del privilegio que otorga la acumulación del capital ni debemos dejar que la vida humana se transforme en una nueva mercancía. Al parecer, Alberto lo tiene muy en claro pero, así como en el triunfo electoral, para sostenerlo va a necesitar quienes lo acompañen.

Fuente: IB24