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La derrota de 2023 no se limitó al campo político-electoral. Fue una derrota mucho más profunda, relacionada con nuestra percepción insuficiente de los cambios económicos, sociales y políticos de la etapa, que modificaron el sentido común con que las personas más afectadas por esos cambios perciben la realidad.

Probablemente, los dos universos más afectados sean las personas más jóvenes y aquellas vinculadas con la economía informal o no registrada.

Respecto de las primeras, se produjo una situación en cierta medida paradójica. Por un lado, celebrábamos 40 años de continuidad institucional (a mi juicio no de democracia plena), pero en todos los ámbitos eso se simplificó con el enunciado “40 años de democracia”. Estábamos cumpliendo 40 años desde el final de la tragedia de la última dictadura, se la pensó como una verdadera celebración colectiva.

Sin embargo, para la vida concreta de las generaciones más jóvenes, la democracia no representa lo mismo que para quienes sufrimos la dictadura en carne propia. Las generaciones contemporáneas de la dictadura la padecimos de modo directo en todas sus dimensiones, desde el desmantelamiento del aparato productivo hasta la mutilación intelectual, con el telón de fondo del terrorismo de Estado. En cambio, para las personas más jóvenes su vida no mejoró en estos últimos años, por lo tanto la democracia no tenía por qué tener el mismo valor que para nosotros. A menos que no hubiéramos capitulado, como lo hicimos, en el intento de otorgarles todas las herramientas para valorarla.         

Las y los jóvenes del presente, mucho más inmersos en el lenguaje digital que en los organismos de derechos humanos o la guerra de Malvinas, tienen para su vida aspiraciones diferentes que las nuestras. Sus gustos, su manera de medir el tiempo, sus parámetros para planear su futuro son distintos. Un alto porcentaje de las personas más jóvenes no se sintió incluido ni atraído por nuestro discurso.

Respecto de la economía no registrada cabe una primera aclaración. Según mi modo de ver, no está necesariamente asociada con la pobreza. Los valores y los presupuestos para analizarla han variado, de modo que también hay pobreza en una parte del universo del trabajo formal y hay riqueza, o al menos buen pasar, en una parte del trabajo no registrado.  

Lo que predomina, más bien, en la economía no registrada es su autonomía de la normativa estatal. Se relaciona a través de valores diferentes a los del trabajo formal, como lo son la inestabilidad, el corto plazo, la diversificación, la eventualidad y el cambio, el individualismo, la independencia del sistema financiero, y en algunos casos el bi o pluri-monetarismo. A menudo, el trabajador informal, y, en su caso, el emprendedor, conforman su mirada de la realidad a partir de un sentido de la auto-regulación, que lo aparta de la concepción tradicional de los derechos laborales y los compromisos con el Estado, sean estos fiscales, sanitarios, etc.

En muchos casos, al trabajador no formal le es indiferente la existencia o no de derechos laborales porque no se siente sujeto de ellos. Y, desde el momento que el Estado no ha logrado sobreponerse a la pésima idea que se ha construido de él, tampoco aspira a tenerlos. Suele estar más cómodo con su autonomía, que con los derechos, porque los percibe más como una carga que como un beneficio. Esto, al menos, hasta que el Estado, imprescindible e irremplazable, no lave su imagen ante una gran parte de la sociedad.

Desde luego que en muchos sectores de la economía informal también está presente la solidaridad y la organización. Los movimientos sociales constituidos lo testimonian. Lo anterior no habla en términos absolutos, marca una tendencia, no una generalización. Una tendencia lo suficientemente corporizada, como para haber modificado el sentido del voto de estos sectores.

El comportamiento político de una nueva estructura económico-social

Cuando, a partir de finales del siglo XIX, las generaciones subsiguientes a las grandes corrientes migratorias fueron abandonando su nostalgia respecto del viejo continente y posaron su esperanza en su condición de argentinos y argentinas, comenzaron a formar las nuevas capas medias de nuestra sociedad. Trajeron consigo nuevos conocimientos, nuevos oficios, nuevas ocupaciones y profesiones liberales, se configuró una nueva estructura social, interpretada por el Yrigoyenismo.

La segunda fase del movimiento nacional y popular del siglo XX, surgió también de un proceso migratorio, esta vez interno, no del exterior. La industrialización incipiente de los últimos años 30 se consolida a principios de los 40, ante el repliegue de las economías centrales por abocarse a las grandes guerras de Europa. Comienzan a conformarse los grandes conglomerados urbanos con la población ocupada en las flamantes industrias, y ese nuevo sujeto económico-social que es el proletariado industrial necesita su propio canal de expresión política. Con el proceso de sustitución de importaciones comienza a nacer el peronismo.

Cada cambio en la estructura económica y social requiere inevitablemente un canal de expresión política. Las fuerzas tradicionales no alcanzan a tomar debida nota de esas transformaciones y su correlato de nuevas demandas, y se ven sorprendidas por la derrota.

Algo similar acaba de ocurrirnos, con la particularidad de que esta nueva tendencia general no se identifica con la obtención de más derechos ni con la conformación de un sujeto colaborativo y solidario, sino que sus actores han caído presa del individualismo. Y no ven al Estado como regulador de las relaciones económicas, como sí se lo vio durante las etapas anteriores, sino que se sienten más vinculadas con los grandes agentes económicos privados y con la auto-regulación.

De allí el arduo trabajo que tenemos por delante para no fallar en la interpretación de esta nueva realidad y saber convocar a estos sectores en torno a un proyecto de futuro.

 
El efecto pandemia

En las numerosas conversaciones virtuales de las que participé durante la pandemia, afirmé que estábamos ante la inmejorable oportunidad de revalorizar dos paradigmas casi olvidados como epicentro de la organización de la convivencia: el valor de la solidaridad en lugar del individualismo y el valor del Estado en lugar de la auto-regulación y de su remplazo por agentes privados. Todo dependía de que la política tuviera la decisión y el coraje de intervenir.

El Papa Francisco señaló en 2020, en plena pandemia: “de una crisis como esta no se sale iguales, se sale mejores o peores”. Y eso iba a depender de la capacidad e intensidad de intervención de la política. En la mayoría de los casos, incluida la Argentina, la autoridad política decidió no intervenir lo suficiente. En el mejor de los casos, lo hizo para gestionar la situación sanitaria y la provisión de vacunas, y para brindar cierta asistencia social, lo cual no es algo menor y debe ser reconocido. Pero no para cambiar los paradigmas. Fue La libertad avanza quien capitalizó estos nuevos rasgos de identidad de la sociedad post-pandemia y los convirtió en valores políticos.   

Cuando en la nota anterior señalé que el gobierno de 2019-2023 no había ejercido de modo suficiente la autoridad política, me refería, entre otros aspectos, a lo siguiente:

 
a – se toleró que las grandes empresas saldaran los préstamos en dólares concedidos por sus propias casas matrices en el exterior, con los dólares que el Banco Central les entregó a la cotización oficial. Mientras tanto, esos préstamos fueron utilizados para la especulación financiera y la presión para que el Estado devaluara. La conclusión fue que se evaporaran las divisas obtenidas por el superávit comercial entre 2020 y 2022.

b – no se comprometió a nuestras organizaciones sociales, sindicales y juveniles en la denuncia de las remarcaciones de precios descomunales e inmorales en alimentos y artículos de primera necesidad, ni se identificó a sus responsables. De este modo, la media social culpó de la inflación al gobierno y no a sus verdaderos causantes, los oligopolios, la concentración y los agentes de la economía cartelizada.

c – no se puso límite estructural, sino sólo un impuesto por única vez, a la apropiación privada de la renta extraordinaria proveniente del aumento exponencial de los precios de alimentos y energía a partir de la guerra en Ucrania, productos que la Argentina genera en abundancia. Se trata de una riqueza de propiedad social, cuya renta se concentró en el puñado de agentes financieros más poderosos, y no en el pueblo, que es su verdadero propietario.

d – no se concientizó, organizó y movilizó a la sociedad toda y a las organizaciones sociales, sindicales y estudiantiles contra la estafa que significó el crédito del FMI al gobierno de Macri. Se lo abordó desde el punto de vista técnico-contable y no penal y político como hubiera correspondido.

e – los recursos estatales para los medios de comunicación fueron distribuidos bajo los parámetros del mercado y no considerando a la comunicación como un bien social, un derecho del pueblo a acceder a todas las voces. Se vieron beneficiados los medios de mayor penetración, en lugar de alentarse a las voces alternativas. 

En la base de este insuficiente ejercicio efectivo de la autoridad política y de haber capitulado en la utilización de todas las herramientas que habilita la conducción del Estado para cambiar la correlación de fuerzas, está la renuncia expresa de Alberto Fernández a librar la batalla cultural por el sentido. Así es que, por poner sólo un ejemplo, tantas personas del común creen de buena fe que lo que resiente las arcas estatales es la asistencia social a los sectores más desfavorecidos. Cuando, en verdad, son las exenciones impositivas, los subsidios a la energía, el combustible y el trasporte, el financiamiento de importaciones y exportaciones y los beneficios para la fuga de capitales para los grupos más poderosos, lo que acumula en el presupuesto un volumen cinco veces mayor que los programas sociales.

Era imposible, no obstante el buen desempeño de algunas áreas de gobierno, que estos errores fundamentales no se pagaran electoralmente. La inflación galopante, la tasa de interés sideral, más de una decena de tipos de cambio, el deterioro de salarios y jubilaciones frente a la especulación financiera, en un gobierno cuyo presidente había afirmado que entre los bancos y los jubilados él defendería a estos últimos, allanaron el camino de la derrota. Y si bien hubo quienes se sorprendieron por la inclinación del electorado, igualmente sorprendente hubiera sido ganar una elección bajo esas condiciones.

Continuará…